lunes, 9 de julio de 2007

Noches de Ronda


En mi mente se agolpan recuerdos el evocar escenas de mi niñez, cuando en aquellas noches inmensas de invierno el viento ululaba en las ramas desnudas de los árboles o gemía en las rendijas de puertas y tejados, la lluvia azotaba con saña los cristales de las ventanas, del techo del cielo caían copos de nieve hasta formar un extenso manto y la luna encendía sus farolas para iluminar el espacio infinito. En momentos así, el sueño se interrumpía por los cantores de la noche, que salían de ronda hasta agotar su amplio repertorio. En medio de la noche, al calor de las gruesas mantas, era una delicia escuchar las melodías destinadas a las chicas en edad de romper corazones o de causar admiraciones, aunque la prioridad se decantaba hacia aquellas que ya gozaban de un noviazgo declarado o en trance de confirmarse. Después, ante la sinfonía que se iba alejando y los elementos invernales en todo su esplendor, los párpados echaban el cierre para dar rienda suelta al dulce y placentero sueño.

Todavía me resuenan algunos estribillos de aquellos cantos imperdurables: "Despierta mi bien despierta, mira que ya amaneció, ya los pajarillos cantan, la luna ya se metió", "adiós con el corazón, que con el alma no puedo, al despedirme de ti, al despedirme me muero" o "estudié para ladrón y conseguí la carrera, el primer robo que hice fueron tus ojos morena". Yo en aquel tiempo deseaba estudiar para ladrón. Me chinchaba también que no hubiera ninguna serenata para mi hermana mayor, y ese enigma me lo aclaró mi madre al explicarme que las canciones se las dedicaban a las chicas de más edad.

Los de la coral -todos mozos- afinaban la voz y espantaban el frío con el buen caldo de las bodegas, y así también se animaban los más tímidos. Entonaban como ruiseñores y todas las partituras las sacaban a flote, bien fueran rancheras, boleros, pasodobles, gallegas, originales o inventadas. Los más atrevidos hasta recitaban poemas a sus amadas, haciéndoles llegar sus ilusiones, sus penas y sus hondas sensaciones. En definitiva, todos ponían el alma, además de la voz, en las canciones seleccionadas.

A aquellos jóvenes siguieron otros jóvenes, y todos continuaron cultivando tan agradable como ancestral costumbre, pero hace ya muchos años que todas las voces enmudecieron para siempre. En mi pueblo ni quedan mozos ni hay chicas a las que rondar. Es una lástima que los tiempos de modernidad hayan arrumbado tradiciones legendarias. Ante la lejanía de épocas pretéritas vaya mi recuerdo imperecedero para aquellas noches de ronda.

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