miércoles, 28 de marzo de 2007

MIS RECUERDOS DEL TREN


De niño, desde la casa de mis padres situada en la montaña, veía al tren circular por entre los viñedos del valle hasta perderse en la lejanía, en las paredes del cielo.
No comprendía cómo aquel carro gigantesco podía alcanzar tanta velocidad si para tirar de los pequeños carros, que había en el pueblo, les costaba aguijonazos, resoplidos y sudores a los bueyes y vacas. Tampoco entendía cómo la chimenea de la máquina echaba aquellas nubes de humo. Gastaría más leña que todas las cocinas juntas; años más tarde supe que su estómago consumía carbón por toneladas.
Me embelesaba verlo aparecer y al poco desaparecer, aunque siempre volvía con sus ronquidos y silbidos. Por la noche soñaba con él y por el día pasaba horas jugando con el que me fabricaba con piedras; las colocaba en fila india y las movía mientras no dejaba de repetir chacachá - chacacha – chacachá, seguido de los pitidos en los pasos a nivel.
Por aquel entonces no disponía de otros juguetes para satisfacer mi curiosidad infantil. Por mucho que se los pidiese a los Reyes Magos, éstos no se acercaban al pueblo por impedírselo las nevadas que borraban los caminos, según me contaban mis padres.
Cuando por primera vez pude viajar en él, mis ojos chispearon de una inmensa alegría y mi corazón parecía salirse del pecho por las intensas emociones de aquellos momentos de ensueño. Nunca podré olvidar la sensación que tuve al comprobar cómo las casas y los campos se alejaban velozmente y nuevos horizontes se abrían ante mi espíritu asombrado. Ese viaje fue como un suspiro, y desee no acabarlo jamás. Afortunadamente para mí vinieron otros de mayor recorrido, y siempre me sentaba al lado de la ventanilla o permanecía en el pasillo para fascinarme del intrépido tren que traspasaba montañas, serpenteaba el curso de ríos. Cruzaba valles angostos y verdes campiñas, desafiando nieblas, lluvia, nieves y calores de mareo.
Los años pasaron, el tren creció, y yo me hice mayor. Ahora, en la frontera del AVE, en la era supersónica, apenas viajo en tren; pero al que se detenía en todas las estaciones y apeaderos o resoplaba a todo pulmón para subir una pendiente, le debo el haber sido el guía que me condujo a escenarios más risueños, a mundos que nunca hubiera descubierto, así como adquirir hábitos y modales antes ignorados; también fue mensajero de noticias, de proyectos, de ilusiones y de sueños; tal vez de alguna decepción olvidada hace mucho tiempo. A ese tren, de épocas heroicas, le debo, asimismo, mi gratitud imperecedera por ser parte de mis fantasías y juegos de infancia. Y permanecerá para siempre en el archivo de mis sentimientos.

2 comentarios:

Frizork dijo...

Impresionante relato, siempre ha sido de mis favoritos por tener como protagonista al tren, el ya olvidado símbolo del progreso que tan importante ha resultado a lo largo de la historia reciente (y ya no tan reciente)

Espero que sigas publicando por aquí tus escritos, en mí tendrás a un lector asiduo a este blog.

Saludos

Anónimo dijo...

Para mí el tren está unido a los libros y a las conversaciones con amigos.
Fue durante la carrera cuando más viajé así; trayectos cortos, de una hora y pico, que se me hacían eternos debido a las paradas.
Pero en esas horas muertas aproveché para leerme buena parte del temario de literatura (generalmente a la ida a Santiago, con remordimientos de conciencia por haber malgastado el fin de semana) y para charlar con mis amigos (cuando regresaba a casa los viernes).
Todavía sigo leyendo cuando voy a Santiago. Pero leer en autobús no es lo mismo que hacerlo en tren, ni mucho menos :-)